jueves, 16 de junio de 2011

ADORANDO CON LA PALABRA

La adoración más básica es la respuesta del hombre a la revelación de Dios. Ralph Martin un estudioso del Nuevo Testamento escribió:”Lo que distingue la unicidad de la adoración como Cuerpo de Cristo es que la misma se desarrolla en un ritmo a dos tiempos, uno el de la revelación y el segundo la respuesta." Un verdadero adorador cristiano debe anclarse en la Palabra de Dios”.

La primera cosa que David declara acerca de las Escrituras es su perfección. "La ley del Señor es perfecta." Pone de inmediato a la Palabra en una categoría trascendente que la distingue sobra cualquiera incluso la suya o la mía. No existe nada en mi vida o en la suya que podría ser catalogada con la precisión de "perfecto". Nuestros mejores esfuerzos no están a la altura. Pero  inspirado por Dios mismo, David proclama que la Escritura es perfecta.

Pensemos por un momento cuando nos reunimos para el culto al Señor y se lee, se canta o se ora la Palabra de Dios. Lo que escucha es la perfecta revelación de Dios a su pueblo. Y con la Palabra, Dios no sólo revela a sí mismo sino que también nos revela quienes somos nosotros mismos. Somos examinados por la Palabra. Nuestras almas son confrontadas y nuestros corazones son medidos por la perfecta medida de la Escritura.

Cuando decimos: quiero adorar a Dios, estamos hablando en la profundidad de nuestro ser y espíritu, para sumergirnos en la profundidad y el Espíritu de Dios. Antes de sumergirnos en esta verdad, debemos tener conocimiento de quién es Dios, que demanda Dios de nosotros.

Sólo podemos conocer a Dios a través de su palabra, escudriñándola con un corazón limpio de pecado y malos sentimientos Prov. 2:1-5  “Hijo mío,  si recibieres mis palabras,  Y mis mandamientos guardares dentro de ti, Haciendo estar atento tu oído a la sabiduría; Si inclinares tu corazón a la prudencia, Si clamares a la inteligencia,  Y a la prudencia dieres tu voz; Si como a la plata la buscares,  Y la escudriñares como a tesoros, Entonces entenderás el temor de Jehová,  Y hallarás el conocimiento de Dios”.

El Señor es tan bueno que nos dejó a disposición un manual de vida invaluable, único en el mundo, no existe literatura alguna que pueda superar La Palabra de Dios, expuesta en La Biblia.
Allí Dios nos da enseñanza de vida personal, familiar y en comunidad.

Como individuos que hemos aceptado a Cristo en nuestro corazón y por ende al Padre (Juan 14:9) tenemos la necesidad de mantener una comunión con Él, presentarnos ante su presencia, con un corazón contrito y humillado, y mantenernos en constante comunicación.

Por eso oramos, adoramos, alabamos, ayunamos, convocamos vigilias, etc. Y todo esto es válido y aceptado por Dios, siempre y cuando podamos cumplir un principio fundamental: 1Juan 2:5 “pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos con ÉL”.

El Señor nos manda a cumplir con su palabra para perfeccionarnos en su amor. Cuando nos referimos a su palabra, en ella Dios nos ordena cumplir con sus mandamientos. Ese es su gran mandato a lo largo de las escrituras, en Éxodo 20:6 el Señor nos dice: “y hago misericordia por millares a los que me aman y guardan mis mandamientos

Cuando comenzamos a conocer a Dios, estaremos conectados a su voluntad, a lo que El demanda de nosotros como sus hijos, y por tanto, con un corazón dispuesto a cumplir su voluntad y atento a escuchar su voz.
Juan 8:31-32  “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra,  seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad,  y la verdad os hará libres”

Esta libertad se refiere a liberarnos del pecado, libres de la culpa, libres de la muerte, libres de la opresión, completamente libres para adorarlo en espíritu y en verdad.

Nos entregamos por completo a El. Al estar en conexión completa con nuestro creador, El nos lleva por medio de su Espíritu delante de su presencia, en rendición total a El, en alabanza y júbilo, o al campo de batalla a librar la guerra contra nuestro enemigo. 

Jeannette Isaza

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